¿Alguna vez has pensado que cuánto más estricto seas con tu hijo, más educado y responsable será de mayor? Nada más lejos de la realidad. Esta creencia tan extendida no se corresponde, ni mucho menos, con las consecuencias reales que tiene que el niño reciba una educación demasiado autoritaria en casa.
Partimos siempre de la base de que todo padre quiere lo mejor para su pequeño y que los educa como mejor saber hacer, pero, en ocasiones, no hacen un inciso en el camino para plantearse de forma interna si los valores que les están transmitiendo son los mejores para su desarrollo.
El modelo ideal sería un modelo democrático en el que se estableciesen límites pero respetando los ritmos de cada niño y en el que se tuviera en cuenta su opinión. Un modelo en el que los padres explicásemos a los pequeños el por qué no puede gastar cien euros cada día o por qué ha hecho mal si tira al suelo la comida o pega a su hermano o amigo.
Antes de explicar las consecuencias, conviene explicar los síntomas de la educación autoritaria porque, a menudo, este tipo de padres no se dan cuenta de que la crianza que están aplicando a los pequeños es precisamente esta. Hablamos de padres que aplican normas escasa o nula entre padre e hijo.
¿Cuáles son las consecuencias de una educación autoritaria en casa?
Tal y como comentan desde Sens Psicología, los niños que son criados bajo una educación demasiado autoritaria, crecen siendo personas muy inseguras y ansiosas que a menudo necesitan la aprobación de sus padres, generándoles angustia aquellas cosas o pensamientos que no coinciden con lo que dicen o marcan sus progenitores.
Además, son niños que tienden a la mentira: a medida que se hagan mayores aprenderán que será mejor hacer aquello que desean sin decírselo a sus padres, antes que decírselo y tener que soportar el chantaje emocional al que intentarán someterlo o bien el reproche o castigo correspondiente.
Se provoca, por su parte, una falta de confianza en sí mismo y de autoconocimiento debido a que siempre se imponen las necesidades al pequeño y, por tanto, no sabrá reconocer nunca lo que le hace falta.
Otra de las consecuencias (y una de las más graves) es la falta de autoestima y la necesidad de aceptación por parte de cualquier persona. Esta falta de autoestima se produce por el sentimiento de culpa que se le impone si falla a su progenitor. Este sentimiento de culpa puede prevalecer en el tiempo y ampliarse al ámbito de la pareja, creando una persona sumisa y sin iniciativa propia: siempre querrá ser querido por la otra parte (y tendrá miedo a ser abandonado) y creerá que, para ello, debe hacer siempre lo que le apetezca a la otra persona.
Esto desencadena, tal y como comenta Rocío G. Abós, psicóloga en Vértice Psicología, que los niños no sepan hacerse responsables de sus propios actos y tiendan siempre a echar las culpas de todo a una parte externa a ellos. Esta consecuencia, al igual que las anteriores, también puede trasladarse a la época adulta.
Por eso, es necesario saber que existen límites que debemos imponer a los pequeños, pero sin perder la razón. Existen límites que vienen impuestos por naturaleza (por mucho que quiera, el sol no va a salir si hay nubes en el cielo) y existe otros que, al contrario, se aplican según la mentalidad y los valores de cada familia. Pues, de acuerdo a lo que dice Rebeca Wild: “si los límites no son realmente necesarios y se erigen únicamente para obtener determinados resultados o para inculcar obediencia a un niño, dejan de ser límites verdaderos”.
Es necesario que los padres se den cuenta de que la crianza autoritaria, aunque parezca que es una buena decisión a corto plazo, a largo plazo además de traer problemas hará que los niños tengan graves problemas emocionales.