Esopo, uno de los fabulistas más conocidos de la antigua Grecia, fue el autor de uno de los legados literarios más completos de su época. Sus obras, en las que los protagonistas suelen ser animales, se distinguen por la profundidad de sus ideas y sus enseñanzas, pero al mismo tiempo están escritas con un lenguaje muy sencillo que los niños pequeños pueden comprender.
Fábulas de Esopo para leer en familia
Muchas de las fábulas de Esopo hacen referencia a diferentes valores humanos, por lo que son una opción excelente para leerlas a los niños desde una edad temprana. He aquí dos de las fábulas más conocidas con un gran significado.

1. El ratón del campo y el ratón de la ciudad
Érase una vez un humilde ratoncito que vivía feliz en el hueco de un árbol seco. Su casita era muy cómoda y amplia, tenía sillones fabricados con cáscaras de nuez, una suave cama con pétalos de flor y bonitas cortinas en las ventanas que había tejido con hilos de araña.
A la hora de la comida el ratoncito salía al campo y buscaba frutas frescas y agua del río. Después, se dedicaba a corretear por el verde campo o a descansar bajo la luz de las estrellas. El pequeño ratón tenía la vida que siempre había soñado.
Una tarde, llegó de visita su primo de la ciudad. El ratoncito le invitó a comer y preparó una deliciosa sopa de coles. Sin embargo, su primo, acostumbrado a los manjares de la ciudad, nada más probar la sopa la escupió.
– Qué sopa tan mala, exclamó.
Con el paso de los días, el ratoncito de la ciudad se cansó de estar en la casa de su primo y decidió invitarlo a la suya para mostrarle la opulencia de la gran ciudad. El ratoncito del campo aceptó a regañadientes para no hacer sentir mal a su primo y rápidamente salieron camino a la ciudad.
Al llegar a la urbe, el ratoncito de campo se sintió muy perturbado. El tumulto de personas, el ruido de los coches y la suciedad de las calles no hicieron otra cosa que asustar al ratoncito, quien solo pudo respirar tranquilamente cuando estuvo dentro de la casa de su primo.
La casa era grande y estaba llena de lujos y comodidades. Su primo de la ciudad poseía una gran colección de queso y una cama hecha con calcetines de seda. Por la noche, el ratoncito de la ciudad preparó un banquete muy sabroso con jamones y dulces exquisitos, pero cuando se disponían a comer, aparecieron los bigotes de un enorme gato a las puertas de la casa.
Los ratones echaron a correr asustados por la puerta del fondo, pero sin querer fueron a parar a los pies de una mujer que les propinó un fuerte golpe con la escoba. Tan fuerte fue la sacudida que quedaron atontados en medio de la calle.
El ratoncito del campo decidió entonces que ya era hora de marcharse a su tranquila casita de campo pues comprendió que no vale cambiar las cosas lujosas y las comodidades por la paz y la armonía de un hogar.

2. El cuervo y la zorra
Un gran cuervo negro sobrevolaba un campo de maíz dorado, cuando vio a una familia merendando a la sombra de un castaño.
– Qué suerte – pensó – Seguramente, dejarán algún bocado delicioso.
Con esta idea en mente se instaló en una rama, justo encima de ellos.
Esperó y esperó hasta que su paciencia se vio recompensada. Al irse, los excursionistas dejaron un gran trozo de queso.
– Hice bien en esperar” – pensó el cuervo, lanzándose a recoger el queso con el pico – ¡Qué listo soy!
Casi sin tocar el suelo volvió a la rama del árbol. Estaba a punto de empezar a comer cuando una zorra salió del campo de maíz.
– ¡Qué olor tan rico! – dijo, relamiéndose el hocico.
Se le hacía la boca agua con aquel olor que venía desde lo alto. Entonces vio al cuervo con su hermoso trozo de queso en el pico. A la zorra le gustaba mucho el queso y era muy astuta. Así que le dijo:
– ¡Qué pájaro tan bonito eres, cuervo! ¡Con tus plumas tan brillantes, tu pico tan afilado y tus ojos tan redondos!
Al cuervo le encantaron estos halagos. Con la cabeza muy erguida, se pavoneó por la rama, esperando recibir más cumplidos. Y así fue.
– Un pájaro tan bonito como tú debe tener una voz maravillosa” – le dijo la zorra astutamente – Si quisieras cantar para mí, me harías muy feliz.
Al escuchar esto, el cuervo sacó el pecho, abrió el pico y lanzó un fuerte graznido.
Al instante el pedazo de queso se le cayó de la boca, yendo a parar a las fauces de la zorra, quien aguardaba debajo.
– Gracias, querido cuervo – exclamó – Ahora sabrás cuál es el precio de la vanidad.
Y riéndose, se zampó el queso de un bocado.