Marta Sanz (Madrid, 1967) es un verdadero torbellino literario, y si famosamente dijo Larra aquello de que "escribir en España es llorar", a mí me parece que para ella la escritura es una juerga incomparable y compartida, no sólo una necesidad que en su caso es acuciante, sino un disfrute que no hay por qué ocultar.
Los íntimos. (Memoria del pan y las rosas)
Anagrama. 504 páginas. 22,90 € Ebook: 12,99 €
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Y de eso va, ante todo, su nuevo libro, Los íntimos, quinientas páginas de letra pequeñita, caja generosa e interlineado frondoso en las que Sanz cuenta, por un lado, su evolución y crecimiento como escritora desde la anonimia de hace veinte años al prestigio de hoy, y, por otro, aplica su reconocida mirada crítica al ambiguo tinglado editorial, al negocio, al mercado, a las vanidades, a las falsedades y a la tontería. Porque lo suyo no es tanto el chismorreo fino como el afilado bisturí, y aunque aquí y allá pueda haber secuencias más sociales en el sentido casi frívolo, lo que importa es lo social en el otro sentido, el de toda la vida.
Literatura ante todo
Es curioso que llegue un momento en que se cuenta un paseo por Belgrado con Jordi Gracia, ya que la imperiosa energía o el vertiginoso ritmo de la prosa de Sanz se parecen mucho a los del profesor barcelonés, y producen un efecto parecido en el lector, un tsunami de palabras, datos, bromas e ideas que arrastra y encandila, que a veces maravilla y a tramos agobia con su intensidad.
Y aunque se cuentan muchas conversaciones como esa con otros cien colegas por todo el mundo -con Pilar Adón por Francfort o con Marcos Giralt Torrente por Brasil-, han hecho bien en no colocar un índice onomástico porque no se trata de eso, sino de analizar un escenario supuestamente cultural al que Sanz, de todos modos, se entrega de una forma explícitamente gozosa, sin hipocresía ninguna, sin disimular cuánto le entretiene aquello mismo que vigila e incluso juzga, o como si se hubiese vuelto adicta a algo que fácilmente podría repugnarle.
Creo y veo y leo que en el espíritu de Los íntimos está la voluntad de explicarse, la necesidad de declarar y recordarse que se es una niña de clase media, y que ninguno de los oropeles del éxito, de los premios o de las ovaciones en los festivales la despistan de sus orígenes o de su decidida pertenencia a unos determinados grupos sociales o del apego a unas convicciones.
Personal y desatada
Como ha hecho siempre en su literatura, Sanz recurre muchísimo a la cultura popular, se engolosina recordando mitos televisivos o musicales de todos, y casi pide disculpas al contar que era una niña muy lectora, del mismo modo que en el subtexto de este libro parece adivinarse una remota mala conciencia por estar recibiendo tanto, como si no pudiera comerse una croqueta en una gala sin acordarse de su abuelo, que seguía trabajando duro pasados los setenta.
En estos libros más personales y desatados es donde está la Marta Sanz que más me gusta. Aparte de que sale mucho Chema, que es mi marido favorito en el mundo (seguido de cerca por Miguel, el de María Ángeles Pérez López), creo que es en este registro en el que más se luce la maliciosa sagacidad de la autora, siempre despierta e incisiva, tan generosa como temible, tan simpática como observadora.
Y esa suerte de comunismo naíf molestará a muchos, pero yo lo considero un bastión literariamente estratégico para ver y protagonizar las cosas desde varias perspectivas superpuestas, no sé si reprobables desde alguna ortodoxia ideológica, pero significativas para quienes queremos no enterarnos de más cosas de las que pasan por esos salones, sino conocer cómo las vive y las entiende ella.