Los efectos de los castigos físicos en los padres
Los padres también sufren las consecuencias de su propia violencia
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Desgraciadamente, aún es común que algunos padres les den una bofetada o una paliza a sus hijos, como un escarmiento por haberse comportado mal. La mayoría lo hace en un momento de enfado, se dejan cegar por la ira y, como no controlan bien sus emociones, responden con violencia. Normalmente detrás del castigo físico no existen malas intenciones, hay personas que aún piensan que “la letra con sangre entra”.
Sin embargo, el hecho de que sus intenciones sean buenas no significa que la violencia pase inadvertida y no tenga consecuencias. Numerosos estudios indican que el castigo físico puede provocar alteraciones en el desarrollo emocional, intelectual y social de los niños, a la misma vez que representa un riesgo para la salud mental de los pequeños. No obstante, la violencia también acarrea consecuencias para los padres.
El castigo físico como sinónimo de impotencia
A ningún padre le resulta fácil afrontar los conflictos con sus hijos. No importa cuántos libros y manuales sobre educación infantil hayas leído o a cuántos cursos hayas asistido, la realidad siempre suele superar a la teoría y a menudo nos damos cuenta de que no contamos con las herramientas necesarias para hacerle frente a determinados problemas. En esos casos, el castigo físico suele ser la respuesta. De hecho, una nalgada es la estrategia que adoptamos cuando no sabemos qué más hacer.
Por supuesto, no se trata de justificar el castigo físico sino de comprender que si recurrimos a este no es solo porque hemos perdido la paciencia sino también porque nos faltan las herramientas para solucionar el conflicto de una forma más civilizada. Por tanto, es conveniente reflexionar sobre los motivos que nos han llevado a realizar esa acción y pensar qué podemos hacer para evitarla en un futuro.
¿Cuáles son los efectos del castigo físico para los padres?
Cargan con una gran ansiedad y un fuerte sentimiento de culpa
La mayoría de los padres no les pegan a sus hijos por placer sino porque la situación les desborda y no logran controlar sus emociones. El castigo físico se convierte en el único método que tienen a su alcance (o que conocen) para educar al niño. De hecho, es probable que esos padres también hayan recibido azotes cuando eran niños.
Sin embargo, cuando se calman y reflexionan, su comportamiento les avergüenza, se sienten mal por haber perdido los estribos e incluso algunos llegan a afirmar que “los golpes me han dolido más a mí que al niño”. Como resultado, el castigo físico también suele acarrear un intenso sentimiento de culpa y genera una gran ansiedad en los padres, lo cual no hace sino cerrar un círculo vicioso ya que, a la larga, estarán aún más irritables y serán más propensos a volver a perder los estribos.
Se deterioran las relaciones y la comunicación con sus hijos
Utilizar los castigos físicos por encima del diálogo y la reflexión solo contribuye a crear barreras en la comunicación entre padres e hijos. De hecho, cuando los castigos físicos se convierten en la alternativa más común para educar a los niños, no es extraño que la relación con los padres se base en el miedo, en detrimento del respeto y el amor.
Sin embargo, a menudo la comunicación entre padres e hijos no es la única afectada pues en muchos casos también se daña la comunicación en la pareja y se resquebraja la familia, sobre todo si uno de los miembros no comparte ese estilo educativo. Con el paso del tiempo, si no se le pone coto, surgen grandes diferencias entre los padres y sus hijos y se genera una brecha casi infranqueable.
Pueden convertirse en víctimas de la violencia
Se ha apreciado que mientras más castigos físicos imponen los padres, mayores son los riesgos de desarrollar conductas aún más agresivas en el futuro. Así, se crea un círculo de violencia y agresividad del cual es muy difícil escapar.
A la larga, cuando los niños crecen, pueden devolver la pelota al campo rival por lo que no es extraño que reaccionen con violencia y agresividad. Este comportamiento, lejos de resolver los conflictos familiares, los acentúa.
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